Me desperté a eso de las tres de la mañana. Siempre, la noche antes de una expedición, por simple que sea, no puedo dormir. Completamente despierto, vuelta y vuelta en la cama, recontando una y otra vez lo que llevaba en la mochila, mentalmente recorriendo la ruta, revisando el detallado algoritmo de todo lo que había que hacer, enlistando la cantidad de detalles que podrían salir mal, y sobre todo, repasando lo que tenía que hacer para que todo saliera bien. Finalmente, a las 6, el ansiado sonido del despertador. Un regaderaso, tres platos de cereal, tomar el taxi, y el metro. Impresionante cantidad de gente viajando por el subsuelo un sábado a las 7 de la mañana, y las curiosas miradas que recibes cuando cargas una mochila de montaña.
Puntualmente a las 730, llegaba al metro Blvd. Puerto Aéreo, lugar del encuentro acordado con Alfredo González. No había tenido el gusto de conocerlo antes, pero no fue muy difícil de encontrar. Así, tras un breve saludo y las últimas bendiciones de su madre que lo acompaño hasta la parada del camión (la mía dejó de hacerlo hace tantas expediciones) partimos hacia San Rafael, para iniciar nuestra caminata. El camino fue muy bueno y tuve tiempo de conocer mejor a Alfredo. Fue bastante arriesgado aventarnos a hacer una caminata tan agresiva sin conocernos, hay muchas cosas que pueden no funcionar, pero para mi era parte de mi entrenamiento como guía. Finalmente, a las 9 llegábamos a San Rafael, y tras unos breves ajustes a la mochilas comenzábamos la caminata.
Empezamos a subir por una ladera bastante empinada que asciende junto a un tubo de agua instalado durante el Porfiriato para llevar agua del deshielo hasta el valle de Chalco. Para mí, esa subida es la parte mas difícil del ascenso, es un tramo muy inclinado, lodoso, con mucha vegetación y muchísima humedad. Subimos el tubo a un excelente ritmo, llegando al primer puesto de quesadillas en muy poco tiempo. De aquí, seguimos el ascenso por una serie de caminos anchos y veredas que suben la ladera boscosa hasta Nexcoalango. El bosque estaba lleno de neblina y ese fabuloso olor a vida húmeda que tan intensos recuerdos me trae.
El ritmo de nuestro ascenso era excelente, yo estaba impresionado por la condición de Alfredo, y un poco preocupado por encontrar el ritmo preciso para que no se cansara a la mitad del camino cuando la altitud comenzara a hacer efecto. Fue aquí que nos topamos con Abraham, hombre pesadamente tartamudo y excelente persona, que subía para supervisar el entrenamiento de una brigada de Socorro Alpino. Nos hicimos compañía con este interesante hombre de ancho pecho, abundante pelambre y espesa pronunciación, cruzamos algunas anécdotas, nos reímos y nos hizo, de alguna extraña forma, más ameno el ascenso. Un par de horas después de haber comenzado nuestro ascenso nos sentamos a comer el lunch, preparé unos pequeños sandwiches de spam con queso que Alfredo y su servidor gozosos engullimos.
Algunos minutos después de haber reiniciado nuestra caminata llegamos a Nexcoalango, lugar de unos grandes tanques de agua que colectan el agua de deshielo para muchos pueblos del valle, pero mucho más importante, lugar de las quesadillas de la Victoria, que le prometí a Alfredo disfrutaríamos a nuestro regreso de la cima. Llevábamos una hora y media de ventaja de acuerdo a nuestro itinerario, y un ritmo muy respetable. Hasta aquí nos acompañaría Abraham, así que tras un breve y efusivo saludo a mis viejos amigos de las quesadillas, continuamos nuestro ascenso. Eran las once y media de la mañana y ya nos encontrábamos a 3500 metros.
Continuamos nuestra caminata, muy contentos por el excelente tiempo que llevábamos, y yo muy tranquilo por las condiciones climáticas; unos 12 grados, poco viento y nubes altas. Era claro que habría precipitación pero también que esta sería hasta el anochecer. Tomamos por un rato la vereda que asciende por Loma Larga, y luego continuamos un tramo a campo traviesa. En verdad disfruto caminar a campo traviesa. En esta parte del ascenso es muy marcada la transición de bosque a bosque de coníferas, el olor de pinos inunda el aire, y la vista se llena de flores moradas. Seguimos ascendiendo, con el cansancio poco a poco sumándose y con las cada vez mas frecuentes paradas para recuperar la respiración, pero los ánimos mas altos que nunca. Así llegamos al refugio destruido de Láminas, y seguimos por una vereda que continuaba por la derecha.
Conforme pasábamos el refugio, me entró la duda, le comenté a Alfredo que según yo la vereda seguía por el otro lado del refugio, pero supuse que tantas otras montañas y hacía mas de un año de no recorrer esas rutas me habían confundido, y seguimos hacía el sur. Avanzamos y avanzamos, y nos despedimos de los últimos árboles, habíamos cruzado ya los 4000 metros.
A partir de ahí el terreno sería rocoso, arenoso y dibujado por pastizales alpinos. Continuamos subiendo y junto con nosotros subía una densa neblina. Algo así como una hora después, me inundó una sensación de que algo no estaba bien, algo me decía que íbamos por la ruta incorrecta. De pronto el cielo se cerró completamente y comenzó a granizar. Nos pusimos las chamarras impermeables, y nos sentamos bajo una gran roca. Las nubes fueron arrastradas por una fuerte y continua corriente de viento, y de pronto el cielo se despejó.
Frente a nosotros, con todo su esplendor, el pecho del Iztaccihuatl se dibujaba contra el cielo azul, unos mil quinientos metros mas arriba. La vista gloriosa me indicaba dos cosas, sin duda esta montaña era hermosísima, y, definitivamente, íbamos por la ruta incorrecta. Tenía dos opciones, descender por el camino recorrido y retomar el sendero correcto, o circundar la montaña hacia el norte a campo traviesa y a mas de 4000 metros de altitud.
Eran las 7 de la noche, habíamos ascendido ya 10 horas. Dentro del refugio habían tres personas más, un padre con sus dos hijos. Descansamos un rato y luego nos dispusimos a preparar la cena. De cena, para recompensar a Alfredo por su excelente esfuerzo y disposición, preparé espagueti al pommodoro, con spam y queso. Fue una excelente cena que acompañamos con un poco de té. Así, después de cenar nos dispusimos a descansar, preparamos los detalles para el ascenso del día siguiente, y nos recostamos. Afuera granizaba, luego llovía y luego nevaba, pero no había mucho viento ni frío. Habíamos calculado el agua perfectamente, teníamos un litro para la noche y otro para el día siguiente.
Mientras descansábamos llegó un grupo de 6 escaladores, y todos preparaban la cena. Finalmente, a eso de las 10 de la noche el refugio quedó en silencio, salvo aquel del viento afuera y los intensos ronquidos de algún despreocupado montañista.
La noche transcurrió tranquila, con el obligatorio y frío par de visitas al baño y con la revisión del clima a las 4 de la mañana. Había nevado algo en la noche, pero nada serio. A las 5 de la mañana y casi en sincronía con el grupo de 3 otros escaladores, sonó mi despertador. Decidí que aún era muy temprano y que debíamos salir a eso de las 6 de la mañana para estar en la cima a las 7 y ver el amanecer con todos sus tintes. A las 545 nos levantamos, mientras Alfredo se preparaba yo calentaba nuestro apetitoso desayuno de avena y galletas. Comimos, y puntuales a las 6 salíamos del refugio. El escalador padre y sus dos hijos, una hora después de haberse levantado, aún seguían preparándose.
Comenzamos el ascenso. Era evidente que Alfredo estaba cansado, cada vez paraba más a recuperar el aliento, y había despertado poco platicador. También estaba algo tenso por nuestra ruta entre las piedras, pero yo trataba de alivianarle el ascenso. Finalmente, a las 7 de la mañana poníamos pie sobre la cima del Téyotl, habíamos alcanzado ya los 4660 metros!
Mi amigo permaneció varios minutos en silencio, contemplando las últimas luces de la ciudad a lo lejos, y los nacientes tintes de colores en las nubes sobre nosotros. Permanecimos en la cima una media hora, contemplando, gozando, absorbiendo la vista, y pensando en la magnificencia de la naturaleza, en lo mágico de este paradisíaco lugar a 10 horas de caminata de la ciudad. La cima es siempre un lugar glorioso, es un reflejo del esfuerzo, un lugar para la reflexión, un lugar al que solo llegas paso a paso, y venciendo tus propios demonios y sacudiendo tus dudas. Al llegar, te preguntas que haces ahí, pero todo tiene sentido, estas ahí por ti, por los tuyos, por todo lo que cargas contigo. Es un lugar de extremos, de absolutos. Compartí algo de esto con mi amigo que ahora experimentaba su primer cima.
Tomamos las fotos reglamentarias, y luego comenzamos el cauteloso descenso.
Antes de las 8 estábamos en el refugio, donde el padre y sus hijos recién salían a intentar ascender al pecho por el cuello, una ruta larga y relativamente peligrosa. Empacamos nuestras cosas y a las 8 comenzábamos el descenso. Bajamos rápido, disfrutando de largos tramos a campo traviesa. Pronto estábamos ya de vuelta en el bosque, y a las 11 llegábamos a Nexcoalango. Ahí disfrutamos las prometidas quesadillas, yo comí una de queso, una de tinga, una de hongos con queso, y una de picadillo. Necesitaba reponer las calorías perdidas, y celebrar el éxito de nuestro ascenso.
Tras una breve pausa gourmet, continuamos la bajada y a la 1 pm estábamos de vuelta en el Pueblo, el dulce sabor de la civilización. A la 1:15 tomábamos el camión de regreso, y a la 130 estábamos ya en la parada del metro. Tomamos un taxi, y así, sucios, con las piernas cansadas, oliendo mal y odiando nuestras mochilas dábamos por terminada esta excelente expedición. Una expedición en la que todo fue de maravilla, y como la que desearía, pudiera ser cada viaje.
Dos semanas después intentaré ascender el Iztaccihuatl hasta el pecho, aún no sé porque ruta.
Manténgase sintonizados para el relato de ese intento a la cima.
Saludos
Eduardo
Puntualmente a las 730, llegaba al metro Blvd. Puerto Aéreo, lugar del encuentro acordado con Alfredo González. No había tenido el gusto de conocerlo antes, pero no fue muy difícil de encontrar. Así, tras un breve saludo y las últimas bendiciones de su madre que lo acompaño hasta la parada del camión (la mía dejó de hacerlo hace tantas expediciones) partimos hacia San Rafael, para iniciar nuestra caminata. El camino fue muy bueno y tuve tiempo de conocer mejor a Alfredo. Fue bastante arriesgado aventarnos a hacer una caminata tan agresiva sin conocernos, hay muchas cosas que pueden no funcionar, pero para mi era parte de mi entrenamiento como guía. Finalmente, a las 9 llegábamos a San Rafael, y tras unos breves ajustes a la mochilas comenzábamos la caminata.
Empezamos a subir por una ladera bastante empinada que asciende junto a un tubo de agua instalado durante el Porfiriato para llevar agua del deshielo hasta el valle de Chalco. Para mí, esa subida es la parte mas difícil del ascenso, es un tramo muy inclinado, lodoso, con mucha vegetación y muchísima humedad. Subimos el tubo a un excelente ritmo, llegando al primer puesto de quesadillas en muy poco tiempo. De aquí, seguimos el ascenso por una serie de caminos anchos y veredas que suben la ladera boscosa hasta Nexcoalango. El bosque estaba lleno de neblina y ese fabuloso olor a vida húmeda que tan intensos recuerdos me trae.
El ritmo de nuestro ascenso era excelente, yo estaba impresionado por la condición de Alfredo, y un poco preocupado por encontrar el ritmo preciso para que no se cansara a la mitad del camino cuando la altitud comenzara a hacer efecto. Fue aquí que nos topamos con Abraham, hombre pesadamente tartamudo y excelente persona, que subía para supervisar el entrenamiento de una brigada de Socorro Alpino. Nos hicimos compañía con este interesante hombre de ancho pecho, abundante pelambre y espesa pronunciación, cruzamos algunas anécdotas, nos reímos y nos hizo, de alguna extraña forma, más ameno el ascenso. Un par de horas después de haber comenzado nuestro ascenso nos sentamos a comer el lunch, preparé unos pequeños sandwiches de spam con queso que Alfredo y su servidor gozosos engullimos.
Algunos minutos después de haber reiniciado nuestra caminata llegamos a Nexcoalango, lugar de unos grandes tanques de agua que colectan el agua de deshielo para muchos pueblos del valle, pero mucho más importante, lugar de las quesadillas de la Victoria, que le prometí a Alfredo disfrutaríamos a nuestro regreso de la cima. Llevábamos una hora y media de ventaja de acuerdo a nuestro itinerario, y un ritmo muy respetable. Hasta aquí nos acompañaría Abraham, así que tras un breve y efusivo saludo a mis viejos amigos de las quesadillas, continuamos nuestro ascenso. Eran las once y media de la mañana y ya nos encontrábamos a 3500 metros.
Continuamos nuestra caminata, muy contentos por el excelente tiempo que llevábamos, y yo muy tranquilo por las condiciones climáticas; unos 12 grados, poco viento y nubes altas. Era claro que habría precipitación pero también que esta sería hasta el anochecer. Tomamos por un rato la vereda que asciende por Loma Larga, y luego continuamos un tramo a campo traviesa. En verdad disfruto caminar a campo traviesa. En esta parte del ascenso es muy marcada la transición de bosque a bosque de coníferas, el olor de pinos inunda el aire, y la vista se llena de flores moradas. Seguimos ascendiendo, con el cansancio poco a poco sumándose y con las cada vez mas frecuentes paradas para recuperar la respiración, pero los ánimos mas altos que nunca. Así llegamos al refugio destruido de Láminas, y seguimos por una vereda que continuaba por la derecha.
Conforme pasábamos el refugio, me entró la duda, le comenté a Alfredo que según yo la vereda seguía por el otro lado del refugio, pero supuse que tantas otras montañas y hacía mas de un año de no recorrer esas rutas me habían confundido, y seguimos hacía el sur. Avanzamos y avanzamos, y nos despedimos de los últimos árboles, habíamos cruzado ya los 4000 metros.
A partir de ahí el terreno sería rocoso, arenoso y dibujado por pastizales alpinos. Continuamos subiendo y junto con nosotros subía una densa neblina. Algo así como una hora después, me inundó una sensación de que algo no estaba bien, algo me decía que íbamos por la ruta incorrecta. De pronto el cielo se cerró completamente y comenzó a granizar. Nos pusimos las chamarras impermeables, y nos sentamos bajo una gran roca. Las nubes fueron arrastradas por una fuerte y continua corriente de viento, y de pronto el cielo se despejó.
Frente a nosotros, con todo su esplendor, el pecho del Iztaccihuatl se dibujaba contra el cielo azul, unos mil quinientos metros mas arriba. La vista gloriosa me indicaba dos cosas, sin duda esta montaña era hermosísima, y, definitivamente, íbamos por la ruta incorrecta. Tenía dos opciones, descender por el camino recorrido y retomar el sendero correcto, o circundar la montaña hacia el norte a campo traviesa y a mas de 4000 metros de altitud.
Subí una loma para hacer un reconocimiento, porque sabía que el terreno hacia el norte estaba marcado por verticales caras rocosas que serían difíciles de desescalar para un neófito. Visualicé la ruta que habríamos de tomar y regresé para evaluar a Alfredo. Era evidente que estaba cansado, pero no noté nada preocupante, y decidí que nos iríamos por la aventura. El clima era excelente, y sabía que dejando a un lado lo cansado, sería una travesía hermosa y muy disfrutable. Estaba consciente que sería muy cansado para él, pero no había duda de su excelente condición y su inigualable entusiasmo.
Así, con el cielo ahora despejado nos aventuramos, recorriendo las laderas del Izta. Desescalamos un par de paredes rocosas, subimos y bajamos un algunas laderas, y un par de horas después ya estábamos cada vez mas cerca de nuestro refugio. Avanzamos más y finalmente vimos el teyotl, que es una montaña por mérito propio, pero que junto a la imponente cabeza de la mujer dormida parece poco más que un cerro. Finalmente, tras una última y muy agotadora subida, llegamos al refugio.Eran las 7 de la noche, habíamos ascendido ya 10 horas. Dentro del refugio habían tres personas más, un padre con sus dos hijos. Descansamos un rato y luego nos dispusimos a preparar la cena. De cena, para recompensar a Alfredo por su excelente esfuerzo y disposición, preparé espagueti al pommodoro, con spam y queso. Fue una excelente cena que acompañamos con un poco de té. Así, después de cenar nos dispusimos a descansar, preparamos los detalles para el ascenso del día siguiente, y nos recostamos. Afuera granizaba, luego llovía y luego nevaba, pero no había mucho viento ni frío. Habíamos calculado el agua perfectamente, teníamos un litro para la noche y otro para el día siguiente.
Mientras descansábamos llegó un grupo de 6 escaladores, y todos preparaban la cena. Finalmente, a eso de las 10 de la noche el refugio quedó en silencio, salvo aquel del viento afuera y los intensos ronquidos de algún despreocupado montañista.
La noche transcurrió tranquila, con el obligatorio y frío par de visitas al baño y con la revisión del clima a las 4 de la mañana. Había nevado algo en la noche, pero nada serio. A las 5 de la mañana y casi en sincronía con el grupo de 3 otros escaladores, sonó mi despertador. Decidí que aún era muy temprano y que debíamos salir a eso de las 6 de la mañana para estar en la cima a las 7 y ver el amanecer con todos sus tintes. A las 545 nos levantamos, mientras Alfredo se preparaba yo calentaba nuestro apetitoso desayuno de avena y galletas. Comimos, y puntuales a las 6 salíamos del refugio. El escalador padre y sus dos hijos, una hora después de haberse levantado, aún seguían preparándose.
Comenzamos el ascenso. Era evidente que Alfredo estaba cansado, cada vez paraba más a recuperar el aliento, y había despertado poco platicador. También estaba algo tenso por nuestra ruta entre las piedras, pero yo trataba de alivianarle el ascenso. Finalmente, a las 7 de la mañana poníamos pie sobre la cima del Téyotl, habíamos alcanzado ya los 4660 metros!
Mi amigo permaneció varios minutos en silencio, contemplando las últimas luces de la ciudad a lo lejos, y los nacientes tintes de colores en las nubes sobre nosotros. Permanecimos en la cima una media hora, contemplando, gozando, absorbiendo la vista, y pensando en la magnificencia de la naturaleza, en lo mágico de este paradisíaco lugar a 10 horas de caminata de la ciudad. La cima es siempre un lugar glorioso, es un reflejo del esfuerzo, un lugar para la reflexión, un lugar al que solo llegas paso a paso, y venciendo tus propios demonios y sacudiendo tus dudas. Al llegar, te preguntas que haces ahí, pero todo tiene sentido, estas ahí por ti, por los tuyos, por todo lo que cargas contigo. Es un lugar de extremos, de absolutos. Compartí algo de esto con mi amigo que ahora experimentaba su primer cima.
Tomamos las fotos reglamentarias, y luego comenzamos el cauteloso descenso.
Antes de las 8 estábamos en el refugio, donde el padre y sus hijos recién salían a intentar ascender al pecho por el cuello, una ruta larga y relativamente peligrosa. Empacamos nuestras cosas y a las 8 comenzábamos el descenso. Bajamos rápido, disfrutando de largos tramos a campo traviesa. Pronto estábamos ya de vuelta en el bosque, y a las 11 llegábamos a Nexcoalango. Ahí disfrutamos las prometidas quesadillas, yo comí una de queso, una de tinga, una de hongos con queso, y una de picadillo. Necesitaba reponer las calorías perdidas, y celebrar el éxito de nuestro ascenso.
Tras una breve pausa gourmet, continuamos la bajada y a la 1 pm estábamos de vuelta en el Pueblo, el dulce sabor de la civilización. A la 1:15 tomábamos el camión de regreso, y a la 130 estábamos ya en la parada del metro. Tomamos un taxi, y así, sucios, con las piernas cansadas, oliendo mal y odiando nuestras mochilas dábamos por terminada esta excelente expedición. Una expedición en la que todo fue de maravilla, y como la que desearía, pudiera ser cada viaje.
Dos semanas después intentaré ascender el Iztaccihuatl hasta el pecho, aún no sé porque ruta.
Manténgase sintonizados para el relato de ese intento a la cima.
Saludos
Eduardo
1 comentario:
Excelente entrada, me gusta mucho ver como la gente le encanta este tipo de deportes, felicidades por la redacción y por el contenido de la misma es interesante conocer gentes que les apasione la naturaleza.
Nuevamente felicitaciones
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