viernes, 5 de octubre de 2007

Los días de la humedad

Amanecía en la ciudad de los cielos rojos donde en realidad nunca obscurece.
Como un dinosaurio terrible, la neblina lo cubría todo. Allá engullía la punta de los edificios, acá, suave y delicado abrazaba los faroles. Como enormes troncos, sus patas en las calles, inamovible.
Se sentía un aire de atemporalidad, una sensación de vértigo, como justo cuando algo grande está a punto de ocurrir y el tiempo de pronto se alenta y se estira para rematar como con un ligazo el desenlace del explosivo evento.
Dentro del cuarto, en el sexto piso de un edificio viejo que en su esplendor fuese un lujoso hotel con sus candiles y mosos y pisos de marmol y tinas de oro y mas mosos y mucamas y la gente usando pesados abrigos de piel y choferes y cocineros y lobbies y y dandies paseando y cantidad de tesoros y valijas y la biblia en un cajón y mesas y bancos otomanos y sábanas de algodon egipcio de 800 hilos y ahora era poco más que un edificio de apartamentos de paredes delgadas y tuberías goteando y ocasionalmente ratones corriendo y cerrojos que se atascaban y un elevador que rechinaba y escaleras de emergencia llenas de colillas de cigarro, sus cuerpos tibios se desentendían.
Los dos, cuerpos sudorosos y tibios, inundando el cálido cuarto con un aroma dulce, yacían inmobiles, respirando profunda y rápidamente, esperando obtener del aire algo mas que humedad de esa mañana pegajosa, como dos cachorros que caen rendidos despues de juguetear y se tiran a recuperar la respiración. Y es que era tal la humedad que uno casi podía comerse el aire a mordidas, masticar el viento y escupir nubes. Básicamente, era como estar dentro de una pecera, y me temo que si a alguien se le hubiera ocurrido y hubiera intentado lo suficiente hubiera sido posible levantar el vuelo y nadar en esa gran pecera que en ese momento cubría la ciudad.
Afuera del cuarto, en el parque en el centro de la ciudad, donde solían pasear mujeres de vestidos pomposos empujando carreolas cubiertas en sedas de claros colores, los vagabundos se ahogaban en su delirio. El piso cubierto de jeringas, las venas hinchadas, los ojos rojos, las sonrisas desfiguradas, y esos cuerpos aplomados en las bancas de este, ahora, triste lugar. Una gota rodaba por sus mejillas.

Continuará.........

1 comentario:

JA dijo...

qué creativo andas brou!, ya te tendré que hacer la competencia jaja!

un abrazo!