martes, 12 de junio de 2007

Conducir.

Una vez mas, se había perdido mientras conducía a casa. Esta vez, sin embargo, hubo algo diferente.
La ciudad le pareció ajena, extraña. Mientras conducía sintió algo de temor; esa sensación de vacío; una especie de vértigo que le atemorizaba sentir nuevamente.
No podía mentirse, conocía bien esa sensación, ese pequeño vacío en el estomago que le decía que era momento de saltar una vez mas a un lugar nuevo y desconocido, y descubrirlo a mordidas y pincelazos, todo en un lienzo nuevo, en una receta que se escribe sobre la marcha, sin saber los ingredientes, los tiempos, ni las medidas.
Esta ciudad, le parecía ya desconocida, y cada vez más y mas distante. A pesar de que lo envolvía todo el tiempo, con su ruido, sus luces, su ritmo, y sus increíbles locuras y demonios, que en otros tiempos, y aun ahora, pero de diferente modo, tanto había amado. Aun así, y a pesar de todo eso, se alejaba de la ciudad. Las veces anteriores también lo había sentido, pero solo durante un par de días a su vuelta. Esta vez, el sentimiento era mas y mas profundo.
Mientras conducía, todo eso le vino a la mente, y se atemorizo profundamente. Sabía que había sido esta sensación la que lo había llevado, hacía ya tiempo, a irse de este lugar. Ahora lo volvía a sentir, pero lo que le preocupaba era la intensidad de su disgusto, lo profundo de su desunión con un lugar que en algún momento fue mas que familiar y hasta maternal.
Y no era la ciudad en sí, la que le causaba esa sensación, era el eterno sentimiento de quien cada vez mas se descubre viajero. Ese sentimiento de que con cada salto, mas y mas, sus lazos se debilitaban, su alma crecía, pero dejaba atrás todo aquello que, siempre le habían dicho, le hacía quien era.
Condujo un poco, y luego un poco mas. Anduvo por rumbos desconocidos. Luego, llego
a lugares que le eran familiares, antiguos palacios por los que había caminado, viejas plazuelas donde había suspirado antiguos amores, donde había aprendido viejas canciones, monumentos magistrales, y el inicio de una carretera por la que tantas veces había regresado a alguna otra ciudad en la que vivió.
Lo que le resultó mas doloroso fue el hecho de que, a pesar de que conocía a la perfección los lugares en los que se encontraba, no podía encontrar la ruta al lugar que tenía que ir, no sabía que calles, que vueltas, que avenidas tomar para regresar a ese pequeño hueco que ahora le proporcionaba la seguridad mas básica y al cual sentía tenía que regresar. Conocía, reconocía y recordaba aquellos lugares, y aún así, se sabía perdido.
Condujo y condujo más, se perdió en la profundidad de una ciudad que respira y se sacude, que se mueve, una ciudad que el quería amar, pero de la cual no entendía ya su lenguaje, sus codigos ocultos, y sus pequeñas señales. Resultaba esta, la única ciudad, de entre todos sus viajes y estudios, que le era dolorosamente familiar y alegremente desconocida.
La sensación crecía, y en sus ojos se reflejaban las centellantes luces de los semáforos que no servían mas, pues creían que una vez pasada la medianoche no hacía mas falta coordinar el ritmo y el tono de aquella melodía orquestada de ruidos y realidades que aquella ciudad congregaba, concentraba y hacía crecer.
Sus ojos se llenaron de lágrimas porque supo que se acercaba mas y mas el momento de huir, porque entendía cada vez menos esa realidad, porque sentía que al perderse de la ciudad, perdía parte de sí, porque se sentía un turista, un extranjero, y un extraño en su propia tierra. Por que nunca se había sentido del todo de ahí, ni de ningún otro lado, por que sabía que estaba solo. Y, de que huía? Simple; huía de si, de su soledad, de sus propias ganas de no pertenecer, de su terror a asentarse, de su conformismo, de su indiferencia y de su egoísmo.
Recordó las palabras de aquella querida amiga con la que tantos días soñó y por quien mas de un par de veces suspiró y paso la noche en vela. Recordó la fotografía con la cual ella le había explicado, cuando los tiempos eran mas simples, que los viajeros no tienen un hogar, lo llevan consigo, en lo profundo, en lo real, y en los recuerdos que se construyen en el diario y que permiten seguir avanzando, siempre. Nuevamente la admiró, deseó tenerla en sus brazos, si, tan solo, los dos pudieran ser honestos y dejar todo lo demás a un lado. Y ahora ella estaba tan cerca, y el tan lejos de poder abrazarla y decirle todo. No; eso no podía ser, tenía que aprender de sus errores. Al fin y al cabo, la última vez eso no le había traído mas que confusión y un poco mas de dolor. Aún le dolía el corazón de no poder amarla.
Pensó en todo esto, y piso el acelerador. Con la aceleración, su mente dejó atrás esas ideas, y pensó nuevamente sobre lo extraña que le resultaba la ciudad, en el vértigo, en la necesidad de huir. Aceleró más y más, intentó fuertemente cerrar los ojos, soltar el volante, y dejarse ir, huir verdaderamente de todo aquello y encarar su miedo. No pudo.
Súbitamente, vio un letrero con una indicación que reconoció. Tomó esa diagonal, y salió de frente a esa vía rápida por la que transitó mas rápido de lo debido. Anduvo rápido y directo a su destinación, cada vez mas reconoció los nombres, los detalles de las calles, los huecos, las curvas. Finalmente llegó a la avenida, una vuelta a la derecha, una a la izquierda. Estaba ya en su garaje, apago el coche, y se soltó a llorar. Todo eso le dolía. Salió del coche, lo cerró con seguro.
Afuera, la ciudad respiraba, y en sus profundidades comenzaba ya a orquestarse la melodía del día siguiente.

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